El día que la red lloró 46 veces en el Pacífico
La inexplicable creencia de que las leyendas son siempre de antaño es totalmente falsa. Naturalmente el ser humano mira ese tipo de historias o mitos urbanos incapaz de creer que pueden suceder en la actualidad. Por la evolución humana, tecnológica, social y claro, deportiva.
En 2015 se escribió una historia tan triste como escandalosa. Tan penosa como ridícula. Todo empezó cuando 23 chicos se juntaron para jugar al futbol. Para dignificar 607 islas que en conjunto, la llaman Micronesia, una nación alejada de las grandes figuras mundiales del balompié pero rodeadas de ese sueño de algún día ser alguien importante.
En medio del Pacífico. Lejos incluso de quienes se creen abandonados por el mundo. Poco más de 340 mil habitantes forman un Estado Federado que no tiene fronteras porque tampoco interesa mucho a dónde dirigirse. Hablan un inglés que parece ajeno a nuestro entendimiento, por eso prefieren su nativa lengua micronesia.
Juegan con porterías hechas con palos de la playa y redes de pescadores que si no fungen como atrapa balones , lo hacen para atrapar mariscos de todo tipo y así vivir de algo.
Pertenecen a la Confederación de Oceanía. Soñaban con jugar unos Olímpicos. Vamos… soñaban con salir a conocer más allá del horizonte que les limita el mismo mar. Y entonces los chicos menores de 23 años fueron a cumplir una ilusión que solamente la escuchaban en la radio o de lo que se decía, que alguna vez una pelota rodaba ante los ojos de todo el mundo con aplausos , gritos, cánticos y una cancha tan verde como la que ellos conocen de lo más alto de sus palmeras, dentro de colosos monumentales.
Viajaron a Papua Nueva Guinea. Disputaron de mala manera dos partidos fatídicos donde la lección la aprendieron. Eliminados y con el rostro desencajado tuvieron todavía que tener la valentía para enfrentar un último partido ante Vanuatu.
Eran los Juegos del Pacífico y se debía regresar al menos con la cara en alto. El juego inició y las punzadas comenzaron a ser frecuentes. Incesantes. Cada dos minutos lamentaban el escuchar el grito de emoción del rival. Cada dos minutos el portero debía recoger con vergüenza el balón de las redes , que para ellos era una simple herramienta de trabajo. Cada dos minutos debían esconder la cara detrás de la bandera de su país bordada en su uniforme para evitar la vergüenza. Cada dos minutos miraban al cielo buscando clemencia en las nubes que alentaban el tiempo.
El silbatazo de la agonía llegó con un 24 a 0 en contra. Todavía faltaba más martirio. Al final, cada tiro contrario era gol. Ya lo decía la pizarra final. 46 goles en contra y ninguno a favor. Un tal Jean Kaltack los acuchilló 16 veces. El resto, lo hizo su inocencia, ingenuidad e inexperiencia de jugar un torneo ante hombres siendo niños, como insinuó su entrenador.
Resumen de goles entre Vanuatu y Micronesia. Source: Krokomine (You Tube)
Entonces estos chicos lograron lo que anhelaban algún día. Que el mundo los viera, los reconociera, los recordara… para desfortuna suya, no fue de la manera que hubieran querido. Qué injusto es el futbol. Pero qué misericordiosa la vida, porque la FIFA no reconoció la goleada al no estar Micronesia afiliada y al ser un torneo de menores. Pero el verdadero triunfo, fue la suerte que corrió en evitar el número 46 a los libros de récords y no tatuarles a estos chicos una pesadilla que los iba a perseguir por años, incluso, hasta el escondite más profundo del Océano Pacífico. Allí donde se dice que existe un lugar llamado Micronesia.