Hace unos años, no quien lo pensara. No el ganar un título europeo; sino ganar. Sea casero o foráneo. Ganar. El Atlético de Madrid, alguna vez tuvo ese ADN ganador, pero que los años 90 en adelante, cayó en picada olvidando su grandeza y la formula del éxito. Tanto, que incluso descendió a principios del nuevo milenio. La sangre guerrera y aguerrida de Diego Simeone fue el antídoto que siempre buscó pero que no encontró en ningún desfile de técnicos. Ni con Aragonés inclusive.
Hoy decir que Atlético de Madrid es campeón, no es nuevo. Ganó su tercera Europa League. Le pasó por encima 3 a 0 al Marsella y lo celebró como si fuera el primero de su historia. Los rojiblancos han superado el trauma de las dos Champions perdidas y ellos a lo suyo. A conquistar lo que quede. Conscientes de la talla entre una y otra competencia, la jugaron con total responsabilidad de principio a fin, a pesar de llegar de rebote.
La sangre del cholismo afloró desde el silbatazo inicial. Simeone no estuvo en cuerpo, pero el alma emanó de la tribuna hacia el campo. La suspensión un partido anterior obligó al técnico argentino a verlo desde a grada, pero es que el Atlético ya juega de memoria y a estas alturas, los rivales debieran saberlo.
Lyon los recibió nublado y tímido. Payet desató las más frívolas y temidas supersticiones cuando al saltar a la cancha, tocó la Copa. Una regla mística que no se debe romper. Dimitri orquestó la primera pero el resto fue pesadilla. Cumplida la media hora, una lesión muscular lo obligó a salir entre lagrimas y desatando la furia de las cábalas. El mejor de los franceses se fue y el Olympique no pudo contrarrestar la baja. De encima, desde el 21′ lo perdían ya 1 a 0 con el héroe de siempre, Antoine Griezmann.
No se sabe cuánto más vaya a estar vestido de rojiblanco, pero mientras lo esté, la afición puede contar con él para puras alegrías. Los segundos 45 minutos fueron de festival madrileño. Corrían apenas los cinco minutos de la parte complementaria cuando de nuevo el «7» tras un saque de banda del Olympique, robó Koke y cedió a Antoine, para que superara por arriba a Mandanda.
Entonces el equipo francés se desmoronó. Como una avalancha. Tanto, que Atleti pudo matarlos en varias ocasiones. Primero con Godín que no pudo de cabeza. Pero la desidia española fue constante los 90 minutos. No eran suficiente ni uno ni dos. Por lo mismo, Gabi le puso punto final a esta historia. A esta feliz historia de amor entre el futbol y el Atlético de Madrid.