Estuvo en la cima de su carrera a mediados de la primera década del milenio. Fue pilar en la zaga del Arsenal. Jugó la Copa del Mundo del 2006 con Costa de Marfil, un año antes, la final de la Champions con los gunners misma que perdieron ante el Barcelona. Emmanuel Eboué aprendió a jugar futbol en los campos sin pasto del África. Lo hizo con balón sin gajos y probablemente si zapatos, como muchos otros niños africanos.
Es difícil destacar en un continente tan pobre como olvidado. Sin embargo, el hambre lo impulsó y lo motivó para hacer algo de su vida. No tenía otra opción: quedarse de brazos cruzados y morir de hambre o destacar y ser alguien en la vida. Eboué perteneció a una gran generación marfileña con los Touré y Drogba que no pasó a mayores en el plano mundial.
Talentoso desde pequeño y gracias a la resistencia natural de su raza, logró consolidarse como defensa central. Salió de una academia de futbol en su país y fue escalando posiciones en la jerarquía del futbol. Siempre, improvisando pero mejorando.
Saltó de su país a Bélgica con un modesto equipo llamado Beveren. Ahí, conoció al amor de su vida, mismo que inesperadamente lo comenzó a llevar a la ruina. Emmanuel nunca se despegó del futbol, todo lo contrario, sacó provecho de absolutamente lo que pudo. El Beveren tenía una relación de trabajo con el Arsenal y es por eso que pudo lograr hacer pruebas en el ya desaparecido Estadio Highbury donde jugó alguna vez el Arsenal.
Emmanuel necesitaba papeles para poder seguir realizando sus sueños. La novia que tenía en aquel entonces, fue quien lo ayudó. Se casó con ella, y por ende obtuvo la nacionalidad belga y el derecho casi inmediato de tener acceso a todo el futbol de Europa. Fue entonces cuando la plenitud del futbolista llegó en 2005 con su fichaje por el Arsenal. En su primera temporada, jugó el sueño de todo futbolista: la final de la Champions.
A pesar de que la perdieron, Eboué se consolidó en la zaga titular de Wenger durante 6 años. Los contratos mejoraron, los bonos llegaron y la multiplicación de lujos jamás cesó. Eboué, de niño, no tuvo ni para un par de zapatos, y de repente algunos años después, lo tenía todo. Coches, casas, viajes, restaurantes de lujo…
Junto a su esposa, formó una familia. Todo era perfecto, incluso, viviendo en los mejores barrios londinenses. Sin embargo, la curva descendiente del futbol empezó a cazarlo, hasta que finalmente lo encontró como presa. En 2011, posterior al mundial en su continente, emigró al futbol turco. No cuidó su dinero y a pesar de recibir un sueldo, jamás fue medianamente parecido al que recibía con el equipo del Arsenal.
Fue entonces cuando las discusiones llegaron y la toma de decisiones fueron incorrectas, una tras otra. Su esposa Aurelie se quedó en Londres con sus tres hijos y se encargó de todos los detalles financieros. Emmanuel, desde Turquía, firmaba todo lo que ella le decía.
La distancia y los problemas, los obligaron a divorciarse. Fue la decisión que tomaron juntos. Cuando Emmanuel volvió a Londres, descubrió que solo le quedaba una propiedad y miles de deudas. Por cierto, el fisco ya le reclama esa casa para poder saldar todas esas deudas. Emmanuel le dejó todo a la esposa. Ella, lo controló entero financieramente hablando. “Nunca entré a un banco” confesó en una entrevista.
Vive solo, en la miseria y confiesa que ha pensado en el suicidio. Su carrera como futbolista está acabada y no sabe qué hacer , si no es patear un balón de futbol. Los futbolistas no están preparados para nada más que para pisar una cancha. No saben del resto y muchas veces, la inocencia e ignorancia pasa factura, como le pasó a Eboué, quien está arrepentido de no estudiar mientras pudo.