La proeza que logró Grecia al conquistar la Eurocopa del 2004 apeló a la sangre guerrera que por siglos han llevado en sus venas. Emuló el ingenio de Agamenón en la guerra de Troya, la astucia de Odiseo, la valentía de Aquiles y el empuje de Perseo.
La estrategia instaurada por el entonces técnico alemán Otto Rehhagel, si bien no era estética pura, sí lo era efectiva. Apelando a Eneas el táctico, primer escritor griego acerca de la defensa en la guerra, el contragolpe perfeccionado fue la clave para que esa Grecia, le ganara el título a Portugal en su propia casa y ante la incredulidad, no de muchos, sino del planeta entero.
De hecho, fue Grecia la selección catalogada con menos posibilidades de ganar aquella Eurocopa en todas las casas de apuestas. No muchos lo recordarán, pero dicha hazaña no empezó de la mejor manera. Comenzaron perdiendo sus dos primeros partidos clasificatorios para el torneo.
Las cosas se compusieron con un golpe de timón y ya durante el torneo se atrincheraron en Oporto dando la sorpresa en la inauguración venciendo a la local selección lusitana 2 a 1 , empataron 1-1 con España y finalmente perdieron contra Rusia en Faro.
Calificaron como segundo lugar y en cuartos de final enfrentaron a Francia, donde para muchos la suerte griega estaba echada. Para la incredulidad de toda Europa bastó solo un gol para echar a los galos de la competencia. Misma dosis en semifinales ante la República Checa y cerrar como comenzaron el torneo: una final tanto inesperada, como soñada ante, nuevamente, el anfitrión.
La dosis no sería la misma, pero sí el resultado venciéndolos 1 a 0 y así ganar una Eurocopa inverosímil para ellos mismos. Se dice que en el fútbol, pasan situaciones de este tipo cada decenas de años.
Esa selección quedará en la historia por once desconocidos que triunfaron pero se volvieron inolvidables para bien y para mal. Fue la segunda selección que menos remates hizo a portería por partido, la octava en goles (1,1 gol por partido) y la penúltima en posesión de balón.
Más dramático aún fueron los números en la final ante Portugal. Solo remató una vez, suficiente para que sea el gol. El gol del campeonato. Un 100% de efectividad. Una lección demostrando los viejos mitos del fútbol donde se argumenta una y otra vez que los partidos se ganan con goles. Y eso es algo que Grecia lo entendió a la perfección hace ya más de 10 años.
Un torneo donde los hombres de otras selecciones estaban llamados y esperados a ser la consolidación de historia pura por sus actuaciones pero no fue así. Ni el instinto goleador de Van Nistelrooy con Holanda, ni la magia de Zidane y el talento de Henry con Francia, la clase de Beckham con Inglaterra o la garra de Totti con Italia, pudieron más que el pundonor de 23 anónimos que dieron el cerrojazo a la lógica y desafiaron al sentido común.
Aquella selección implementó una estrategia conocida por todos pero practicada por nadie. La discriminación hacia un método como el que Rehhagel empleó, donde se dice Helenio Herrera creó, le costó la credibilidad a técnicos de mayor jerarquía de ese entonces, comenzando por el campeón del mundo con Brasil, Luiz Felipe Scolari.
Un inexperto hecho técnico, como el alemán Rehhagel puso en jaque el trabajo que por años, otros entrenadores llevaban labrando con aquellas selecciones. Posiblemente fue la combinación del ADN ganador alemán y el empuje en el arte bélico de los griegos. Como sea que haya sido, ese verano del 2004, fue y será considerada como la hazaña más grande que el fútbol haya visto. Donde el efímero éxito pasó al olvido tan solo meses después.
Ni Rehhagel, ni aquellos 11 griegos en la cancha lograron avalar lo que juntos hicieron aquel 2004. No trascendieron y poco a poco se desvanecieron por todas las canchas del mundo individualmente. No hubo un legado, huella, trascendencia. Fueron verdugos de la mayor ilusión portuguesa jamás vivida. Sentenciaron el futuro de varias promesas repartidas en distintas nacionalidades. ¿Todo para qué?. Sí, Grecia tuvo y tiene (y tal vez tendrá) su única Eurocopa. Sin embargo, la chispa de la magia se acabó para septiembre y todos, incluidos su figura Angelos Charisteas, fueron olvidados como cuando se cierra un libro para no volverse a abrir jamás.