Repentinamente impactante, doloroso y sobretodo lleno de nostalgia nos dejó la noticia que hace 365 días azotó, cimbró y conmovió no solo al mundo del futbol, sino a todos los gremios en todos los deportes y en los corazones de la población del planeta. Un avión con 68 pasajeros y 9 miembros de la tripulación partió del aeropuerto Viru Viru de Bolivia hacia el “José María Córdova” de Colombia, donde jamás llegó.
Es la trágica historia del Chapeconese, equipo brasileño que debido jugar la final de la Copa Sudamericana ante el Atlético Nacional de Medellín y que en cambio, las lágrimas derramadas, no fueron por una hipotética derrota sino por un amargo desenlace de otro partido. El más importante y valorado. El de sus vidas.
Un avión que no hizo escalas y que por el corto combustible, aunado al exceso de equipaje e incumplimiento de itinerario, cayó a las 10:15 de la noche en territorio de Antioquia, Colombia. Solo 5 minutos separaban al avión de la pista de aterrizaje cuando cayó, no sin antes tener problemas previos durante el vuelo que los mismos pilotos reportaron mientras sucedía.
Las historias que envuelven el entorno de cada jugador es tan devastadora como bella. Muchos de ellos planificaban una familia, alguno que otro, fue informado que comenzaría una familia. Ante los planes del destino, nadie puede salirse del camino sin antes ser avisado con un castigo de tal modo que la vida siempre impone su ley.
Tras el accidente, tras la noticia confirmada de los fallecidos, tras informar que a bordo iba un equipo lleno de ilusión y vacío de culpa, fue cuando el mundo lloró. Se conmovió ante la modestia de tal club y la bondad de muchos otros grandes como el del mismo Atlético Nacional que no dudó siquiera en darle la Copa. Una que probablemente pudieron ganar dentro de la cancha, pero que jamás siquiera la pudieran ver de cerca.
La reconstrucción de ese equipo comenzó desde el primer día del accidente. Múltiples muestras de cariño fueron expresadas. Los aficionados daban parte de su salario para la contratación de nuevos jugadores. Muchos equipos ofrecieron dinero y recursos humanos, mientras que otros futbolistas, como Ronaldinho, ofrecieron incluso jugar para defender el honor de aquel equipo caído.
La reconstrucción del equipo sigue aún con material humano y económico. La reconstrucción de los corazones que rodean a dicha institución seguirá eternamente con la intención de ser reconstruida pero con el dolor de tal vez nunca terminar de serlo. Chapecoense es una palabra que hoy no significa futbol ni tampoco tragedia. Sino lección de vida. Significa leyenda viva de quienes quisieron triunfar con modestia y que la vida les arrebató esa misma ilusión desde el aire.
Pocos sobrevivieron. Muy pocos. Del futbol, Follman, Ruschel, Henzel y Neto alcanzaron a conocer cada letra de la palabra milagro. Ximena Suárez, una tripulante de la aeronave, también salió con vida, pero desapareció del mapa tan rápido como fue rescatada. Los honores, los aplausos, los cánticos, y demás que brindan y siguen brindando fuerza hacia ellos, son mera anécdota. La noche más triste del futbol se produjo un día como hoy, donde el futbol se unió en lágrimas y se solidarizó en corazones.