La ‘Naranja mecánica’, el legado del fútbol total
Dicen que la perfección no existe en el fútbol. Es un deporte tan volátil que en fracción de centésimas de segundo, cualquier factor, externo o interno, puede cambiar el devenir de un resultado, la carrera de un jugador, o tantas otras cosas. Aunque tal sublimidad es casi improbable en el deporte rey, si hubo un ejemplo de lo más cercano a ella fue la Holanda que dirigía Rinus Michels y capitaneaba Johan Cruyff.
Era el año 1974 y los ojos del mundo se prestaban con total disposición para presenciar una nueva Copa Mundial de Fútbol. En la memoria, aún latía fuerte el recuerdo de la excelsa Brasil del Mundial anterior, un equipo invencible que fue catalogado como uno de los mejores planteles de la historia.
Y cómo no, si tenían a Pelé, Jairzinho, Rivelino, Tostao, Leao, Carlos Alberto, Clodoaldo, Gerson y compañía. ¡Eran una máquina! Sin embargo, a ese equipo carioca le salió un fuerte competidor para debatir en los anales de la historia cuál sería la mejor selección de todos los tiempos.
Tal rival no es nada más ni nada menos que la selección que revolucionó el fútbol a nivel global, un equipo holandés que entró en la historia del deporte de una manera inquebrantable, y, que aún sin haber ganado algo y cuando al subcampeón se le suele recordar poco, decantó la apuesta por el balón como el futuro del fútbol mundial por las bases que cimentó en ese entonces.
Holanda, la del fútbol total, era integrada por jugadores que se multiplicaban dentro del terreno de juego. Entrenada por Michels, que hizo de sus dos pilares en el campo: Neeskens y Cruyff, una pareja letal aún sin jugar en la misma posición; la selección de los países bajos se ganó a bien el mote de la ‘Naranja mecánica’. Pues funcionaba como un reloj suizo y a la vez, como una colonia de hormigas en la que todos trabajaban.
La presión alta aglomerando varios jugadores en la búsqueda del balón, como una emboscada a quien poseía la pelota para recuperarla rápido, y la filosofía de que a la pelota se le trata, se le pasea por la cancha y se juega con buen pie; los holandeses enamoraron durante todo el Mundial de Alemania ‘74 hasta llegar a la final, donde por esas cosas raras que tiene el fútbol, fue Beckenbauer quien levantó la Copa Mundial y no Johan Cruyff.
Antes de esa final, Holanda había aplastado a casi todos sus rivales previos durante el torneo. Solo Suecia pudo sostener el empate a cero, Uruguay se llevó dos y a Bulgaria le empacaron cuatro, en la primera ronda.
Luego, el baile a Argentina fue apoteósico. Contra la ‘Albiceleste, Holanda culminó la obra maestra, un 4-0 infalible que solo podía entenderse al ver las caras impotentes de los jugadores argentinos. -Por ahí empezó lo que ahora llamamos el ‘Tiki-Taka’-. Aunque cuatro años más tarde, con la extraña ausencia de Cruyff en la ‘Oranje’, Argentina le regresó el ‘favor’ y le ganó 2-0 en la final del Mundial del ‘78. Volviendo a la segunda fase, los holandeses también le rompieron el arco a la Alemania Democrática y finalmente al vigente campeón, Brasil.
El último partido no tuvo el resultado que, no solo los holandeses hubieran querido, sino el mundo entero del fútbol, salvo los alemanes, también anhelaban. Ver a Cruyff agarrar la pelota antes de la mitad de la cancha y sacarse a los rivales como si fueran conos de entrenamiento era una auténtica ‘delicatessen’. Ver la fuerza, el aguante físico, el trabajo en equipo y la creatividad para romper las líneas de toda la máquina que ideó Rinus Michels, era un lujo espiritual.
Como decía más arriba: Pocas veces se habla más del subcampeón que del campeón, pero la Holanda de aquel mundial del ‘74 fue una revolución de fútbol que logró darle un salto de gran calidad al deporte.